El examen MIR, la competición más dura para un trabajo cada vez más precario


Más de 12.400 graduados en Medicina llevan un mes tranquilos, con el examen para ser médico interno residente (MIR) de 2016 finiquitado para optar a 6.098 plazas, pensando en qué especialidad médica elegir, o en repetir el examen. Mientras, otros miles de estudiantes de segundo de Bachillerato parecen casi opositores con el afán de arrancar a la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) la nota máxima, con tal de que una décima no les hurte el sueño de convertirse en médicos.
Estos últimos también acabarán en el MIR, una prueba objetiva, nacional, un examen tipo test que ajustará la oferta de los estudiantes a la demanda de plazas de médicos, algo que no existe en ninguna otra carrera y que, como explica Carlos Bravo, número 1 de este año, "elimina incertidumbres" en la trayectoria laboral. Existe un camino claro, y pasa por ese examen que, sin embargo, ninguno de los consultados quiere considerar como un ranking que evalúe a las 40 facultades de Medicina que existen en España.
Aunque, admite Ricardo Rigual, decano de la de Valladolid y presidente de la Conferencia Nacional de Decanos de Medicina, «es muy aconsejable tener a alumnos entre los 100 primeros». Puestos que, este año, han copado las grandes públicas de Madrid y Barcelona. En la era de los análisis de datos se podría pensar que el estudio, por facultades, de los resultados del MIR debería dar una idea de la calidad de cada una, pero ni los responsables académicos ni los estudiantes lo ven tan claro.
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